Cuando tenía 22 años y comencé a trabajar en la enseñanza coincidí con un compañero que solía decirme a menudo: “Nunca muestres tus habilidades en público”. Porque -según la teoría que él defendía a ultranza- mostrar las habilidades en público equivalía a dejar la puerta abierta a los aprovechados y oportunistas. Yo no soy tan escéptica y desconfiada como él (aunque la vida a veces me ha dado motivos para serlo), pero es un consejo que nunca me ha costado seguir. De hecho, confieso que mi natural timidez me ha empujado casi siempre a intentar pasar por la vida de puntillas y lo más desapercibida posible.
Sin embargo, hay algo que, consciente o inconscientemente, he tratado de evitar siempre que me ha sido posible: mostrar mis carencias en público. Y una de las múltiples carencias que me caracterizan es que no sé dibujar. Por este motivo, haberme sumado durante el mes de diciembre al reto de Garabatember (hacer un dibujo al día a partir de un determinado garabato), que fue divulgado en Twitter por el equipo de Dibújamelas, ha supuesto para mí un gran esfuerzo pero, al mismo tiempo, una inmensa liberación. Afirmaban en la página web de Garabatember que el objetivo principal de esta iniciativa era conseguir que levantáramos un lápiz de nuevo y volviéramos a dibujar “con la libertad con la que lo hacías cuando eras pequeño/a”. Pero es que a mí, cuando era pequeña, no me dejaron dibujar. Mi hermano, con la sola ayuda de un lápiz, era capaz de trazar sobre el papel asombrosos dibujos ante los cuales no podían competir mis intentos torpes y desmañados. Así que mis padres –seguramente empujados por la mejor de las intenciones- me dijeron un día: “No dibujes, que no es lo tuyo”. Y dejé de dibujar. Es asombroso y terrible cómo nos marcan las etiquetas que nos colocan en la niñez: mi hermano era el que dibujaba bien, y yo era la niña aplicada que siempre sacaba buenas notas pero que no sabía dibujar.
Y con eso me quedé. Por esta razón, cuando alguien me pedía que dibujara algo, de mis labios brotaba siempre a borbotones la misma cantinela: “Yo no sé dibujar”. Y era tal la seguridad con la que afirmaba esta verdad incuestionable que nadie osaba contradecirme jamás. Mi participación en Garabatember me ha servido para levantar de nuevo el lápiz, para ahuyentar mi miedo a dibujar y, sobre todo, para enterrar para siempre aquellas palabras que tantas veces oí en la niñez y que acabé creyéndome: “No dibujes, que no es lo tuyo”. Y las sigo creyendo porque son ciertas, pero también sé –y eso lo he ido aprendiendo a lo largo de la vida- que a hacer algo se aprende haciéndolo y no escudándose en el cómodo “no sé”. Y he dibujado. Mal, pero lo he hecho. Y hoy, último día de este mes de diciembre lleno de garabatos, miro hacia atrás y descubro que la mayor parte de mis dibujos –si no todos- tienen un cierto toque infantil. Quizá porque, al hacerlos, estaba resucitando a aquella niña que un día colgó sus lápices de colores, a aquella niña a la que le hubiera gustado oír: “No sabes dibujar pero inténtalo y persevera porque puedes conseguir todo aquello que te propongas”.
Álbum de dibujos |
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